Richard Layard, un economista de la London School of Economics, sugiere que los seres humanos debemos desear ser felices. En defensa de esa idea ha propuesto las bases de la denominada economía de la felicidad, según la cual los Estados y las empresas deben preocuparse menos por el crecimiento económico y más por garantizar la felicidad de sus ciudadanos y empleados, respectivamente.
No todo el mundo se da cuenta de que no siendo feliz, se pierde mucho más de lo que se gana.
Para practicar un estilo de liderazgo emocional es importante entender no sólo las emociones negativas, sino también las positivas. Respecto a estas últimas es muy importante identificar qué factores personales definen el hecho de ser feliz, dado que se acepta la noción de que las personas felices tienen una capacidad importante de contagiar emocionalmente al resto de sus compañeros. En otras palabras, las personas felices aportan más valor a la organización y facilitan la instauración de una organización afectiva.
El hecho de que la personalidad esté relacionada con el bienestar individual y con la sensación de felicidad, obliga a considerar cuáles son los determinantes de la satisfacción laboral. En el estilo de liderazgo emocional, la personalidad de los líderes y los seguidores tiene una influencia muy importante en los resultados conseguidos y en la satisfacción laboral.
Concluyo esta reflexión con el cuento de Pedro Pablo Sacristán: La economía de la sonrisa